LA LIMUSINA
Se acercaba la fiesta de fin de curso en el Colegio de Primaria “Peace and Love”, situado en un barrio marginal de las afueras de Madrid, rodeado por bloques de viviendas de realojo, de las llamadas “casas de patada en la puerta” y un par de poblados chabolistas que se encontraban enfrentados aunque sus habitantes ya no recordaban el porqué.
La clase de 6ºA era especialmente conflictiva, estaba compuesta por 15 niños y 10 niñas de etnia gitana, marroquíes, rumanos, albaneses y algún sudafricano. En todo el curso el tutor y los distintos profesores habían luchado para que la convivencia fuera pacífica, pero siempre había conflictos entre ellos, aunque el motivo fuese la desaparición de un trozo de goma de borrar, siempre tenían una excusa para iniciar una pelea.
La mayoría de la clase no iba a aprobar el curso, pero a la profesora de Plástica, una maestra joven en su primer año de profesión, se le había ocurrido hacer un baile de graduación al más puro estilo americano, en el que participarían activamente los alumnos. No se sabe muy bien por qué, pero esto había enganchado a los conflictivos alumnos y estaban colaborando en armonía en preparar decorados, elegir música, comprar refrescos y todo lo necesario. La profesora había hecho grupos de trabajo: unos se encargarían de la música, otros de hacer invitaciones, otros de los aperitivos, etc.
Josua, Toñín, Manuel, Vladimir y Moses estaban muy contentos y querían hacer algo especial para el baile.
Josua era el mayor, tenía 14 años, había repetido un par de cursos y el resto no le andaba lejos. Josua no era demasiado inteligente, pero las horas muertas en la calle lo habían convertido en un chico muy espabilado. El resto tampoco eran unos lumbreras pero Moses, un muchacho de color y enorme, era especialmente ignorante. Los demás siempre encontraban la oportunidad de burlarse de él, desde el cariño, eso sí, y Moses lo asumía como parte de la amistad con el resto de chicos.
El lunes antes de la semana del baile, que sería ese mismo viernes a las siete de la tarde, Josua reunió a su pandilla para explicarles una brillante idea:
-Tíos – dijo con una sonrisa especial en su cara – este fin de semana he visto en el plasma de mi hermano El Gordo una película que me ha dado algunas ideas. Iba de un baile de fin de curso, donde unos se quieren burlar de las más fea, le gastan una broma y ella se cabrea mucho. Como tenía poderes empieza a cargárselos.
-¡Tío!, ¿quieres que nos carguemos a los del cole? – preguntó Manuel desconcertado.
-Pero, ¿tú estás sonao o qué? – contestó Josua mientras se volvía hacia Manuel rápidamente – Lo que quiero contaros es que los chicos y las chicas se ponían de guapos. Después los chicos invitaban a las chicas a ir al baile con ellos, les llevaban un ramillete de flores y las recogían en un cochazo. Así las chicas se quedaban abobás y dejaban que les diesen besos. ¡Algunos hasta se hacían novios!
-¡Pues hay que hacerlo! – interrumpió Toñín con entusiasmo – Si haciendo eso consigo plantarle un beso a la Saray me vuelvo loco, bueno… ¡loquito ya me tiene!
-Pero, colegas, ¿sabéis cuánto puede costar alquilar un coche cada uno? – preguntó Vladimir con cara de asombro.
-No tenemos ni un leuro – corearon los Toñín y Manuel al unísono.
-Lo tengo todo pensado. Tenemos que organizarnos bien. – dijo Josua haciéndose el interesante – Vamos a ir todos juntos con nuestras chicas en una limusina.
La pandilla se quedó mirando a Josua con cara de extrañeza.
-Sí, tíos, ese coche largo y negro de la gente famosa que se ve muy pocas veces por la calle, pero que de vez en cuando se ve uno y si los usan para las bodas lo adornan con flores – explicó Josua al resto de los chicos.
-Lo repito: ¿cómo vamos a alquilar eso? Estamos pelaos – insistía Vladimir.
-Ya lo he dicho, lo tengo todo en mi cabeza. Me he enterado de que en una nave del polígono Cobollón guardan los coches que se usan para las bodas y momentos especiales. Sé que hay limusinas. Tenemos que ir el viernes antes del baile y “coger prestada” una durante un par de horas. Cuando la fiesta termine la devolvemos y aquí no ha pasao ná. El Gordo hace cosas así todos los días – detalló Josua con calma y seguridad a la pandilla.
-¿Y quién conduce? – preguntón Moses tímidamente.
-El Manuel se maneja muy bien con los coches. Él conducirá – dijo Josua con voz firme, sabiéndose el líder.
-Sí. Estoy de acuerdo. Además se me da bien hacer el puente para el arranque – respondió Manuel orgulloso de sus habilidades – Pero necesitaré ayuda cuando lo cojamos. No tengo claro cómo es una limusina de esas.
-Moses, ¿tú lo sabes? – preguntó Josua al más ingenuo de sus amigos.
Moses no quería decir que no lo sabía, ya que parecía que por una vez contaban con él para algo importante. Así que asintió con la cabeza y dijo con voz medio temblorosa repitiendo la descripción que acababa de oír:
-¡Claro que lo sé! Son esos carros largos y negros ¿no?
-¡Eso es! Es muy importante que sea de color negro, tan negro como Moses- se reía Josua viendo que el plan avanzaba y aprovechando la oportunidad para meterse con Moses – Me han dicho que también hay limusinas blancas, ¡hasta de color rosa hay!. Tiene que ser negra, para que se queden más flipaos todos cuando nos vean llegar a la fiesta. ¿No querréis que nos vean en un coche de color rosa nenaza? ¿No? Pues eso, Manuel y Moses se encargan del carro. Vladimir, ¿tu madre no vende flores en el mercadillo? Pues tú te encargas de los ramilletes. Toñín, como a ti se te da bien escribir, tú te encargas de hacer las invitaciones para las pibitas, ya sabes, algo cursi con corazoncitos y florecillas como a ellas les gusta.
Y poco a poco iba tomando forma su plan para sorprender a las chicas. Cada uno empezó a hacerse cargo de su parte.
Manuel y Moses se dirigieron hacia el polígono industrial; buscaron la nave donde estaban los coches y comprobaron qué medidas de seguridad tenían. Vieron un cartel que ponía: VIGILANTE GITANO. A Manuel le recorrió un escalofrío por el cuerpo; en su clan no había ningún vigilante y conocía de sobra la ley gitana. Aún así siguió adelante con su parte, pues no podía defraudar a Josua. Moses estaba demasiado preocupado intentando averiguar cuál de esos coches podía ser una limusina y no se dio cuenta de nada.
El jueves por la tarde se volvieron a reunir todos. Toñín había llevado las invitaciones; eran muy bonitas, con flores y mariposas dibujadas enmarcando el nombre de la chica a la que iba dirigida; con mucho brilli-brilli como ellos llamaban a la purpurina. Por su parte, Vladimir, dijo que a la mañana siguiente recogería las flores para que no se marchitasen y les pondría unas cintas que luego servirían para atar los ramilletes a las muñecas de las chicas, como en la película; Vladimir estaba seguro de que su madre no se daría cuenta de que faltaban flores, ya que desde que se había aficionado al vodka las cuentas nunca le salían, no como antes que era una auténtica máquina de calcular. Por otra parte, Manuel y Moses informaron de que a las seis de la tarde la nave cerraba, que el vigilante gitano se iba a un mesón que había en la esquina a jugar a las tragaperras y la única vigilancia que quedaba era una cámara que taparían utilizando un palo de selfie y un trapo negro.
Parecía que todo estaba controlado, sólo había que esperar al día siguiente para llegar a la fiesta impresionando como auténticos caballeros.
Por fin dieron las seis de la tarde del viernes. Manuel y Moses estaban agazapados en una esquina de la nave esperando a que cerraran. Había mucho movimiento: conductores trajeados iban sacando coches; salieron un par de limusinas rosas, una blanca y un coche antiguo descapotable. Parecía que todo el mundo quería ir al baile, pensaron los muchachos. A las seis y media, cuando ya estaba todo calmado, se colaron en la nave.
Quedaban muy pocos coches y estaba todo a oscuras. Manuel llamó a Moses, que estaba unos pasos por detrás.
-¡Quieres venir y decirme qué coche tengo que arrancar! – exigió Manuel echo un manojo de nervios.
Moses estaba muy asustado, apenas se le veía entre tanta oscuridad, sólo se veían dos ojos muy abiertos escudriñando el terreno en busca de lo que podría ser una limusina. No tenía ni idea de lo que estaba buscando.
-Tiene que ser éste, no queda otro coche largo y negro – dijo Moses por descarte.
Manuel sacó unos pequeños ganchos y con una habilidad pasmosa abrió la puerta del coche. Rápidamente unió unos cables y el coche arrancó. Moses abrió la puerta de la nave pulsando un botón rojo que había en el interior y salieron de allí a toda velocidad.
Habían quedado en pasar a las siete en punto para recoger a La Saray, La Jessi, La Reme, Faith y Katia. Eran las siete y cinco y no habían llegado todavía. Tenían que cambiarse de ropa; llevaban los trajes en una bolsa.
-¿No te parece que este coche huele raro? – preguntó Moses cuando estaban llegando al punto de encuentro.-¡Pero qué va a oler raro ni raro! Tú si que hueles, que te has cagao en la nave – respondió Manuel con la adrenalina aún disparada.
Manuel dio un frenazo cuando vio a la pandilla esperándolos, con sus trajes brillantes puestos.
-¿Qué cojones es esto? – les gritó Josua mientras salían del coche.
-¿Qué va a ser? ¡La limusina! – dijo Manuel desconcertado.
-¿Pero tu lo has visto? – dijo Josua al borde de un infarto – ¡No, idiotas! Esto no es una limusina. Es un coche de muertos – decía a voz en grito Josua mientras daba vueltas alrededor del coche fúnebre.
-Es que como es negro, y es largo, y … – se deshacía en excusas Moses.
-¡Me cagüen mis muertos! ¿Y ahora qué hacemos? – preguntó desesperado Josua.
-¡Nos montamos!¡Nos subimos al coche y punto! – dijo Vladimir mirando el reloj.
-¿Y dónde sentamos a la chatis? ¿En la bandeja para el ataúd? – preguntó irónicamente Josua.
-Si ponemos una alfombra y unos cojines igual cuela – propuso Toñín.
-Vamos, deprisa, ya no hay tiempo para otra cosa – aceptó Josua de mala gana.
Y a las ocho menos cuarto, ante el asombro de los padres y profesores que estaban en la puerta del colegio, apareció un coche fúnebre con Josua, su pandilla y las chicas con sus vestidos de brilli-brilli.
Fue una tarde muy intensa para todos y un fin de curso que nadie olvidará en años.