REFLEXIÓN 12 (Despertar)
Una de las cosas que me fascinan, tanto en mi vida cotidiana como cuando voy de viaje, es el despertar de las ciudades. Me encanta ir a la calle con el frescor de la mañana y observar cómo poco a poco la ciudad se pone en movimiento; jardineros, barrenderos, basureros, conserjes en los edificios, limpiadores…. todos se ponen en marcha a primera hora cada día para facilitarnos la vida al resto. Deberíamos ser enormemente agradecidos con todas estas personas que, con un trabajo muchas veces desagradable y poco remunerado, se esfuerzan por todos nosotros.
Luego está el despertar de las ciudades donde vamos de viaje; aunque en el fondo es lo mismo, lo vemos, o al menos yo, con otros ojos, me da la impresión de que los turistas damos muchísima más faena.
La ciudad que más disfruté y más bella me pareció en su despertar fue Venecia; mientras mis compañeros de viaje seguían en sus camas, yo crucé el canal por un encantador puente donde me paré a observar cómo góndolas y barcazas llegaban con sus mercancías a montar un mercado de barrio de frutas y verduras enormemente bello; nunca un grupo de calabacines, calabazas con sus respectivas flores, junto a tomates y pimientos, pudieran hacer un cuadro más bonito a mis ojos. Fue muy placentero comprar un pan recién horneado, «prosciutto» cortado con esmero y agrado, salmón fresco, sin olvidarme del agua «frizzante». Sin turistas, sólo la gente del barrio. ¡Precioso!
Otra ciudad que recuerdo con mucho agrado es El Pass de la Casa en Andorra, donde nuevamente dejé a la gente durmiendo y bajé a la calle, pudiendo observar el verdor de sus montañas, el azul tan intenso de su cielo y el agradable olor a croissant recién hecho que venía de una pequeña pastelería, el mejor que he comido con diferencia.
Nos creemos que la vida de una ciudad está en sus centros comerciales, bares, restaurantes, museos, etc; pero hay una ciudad desconocida para muchos, la que despierta cada día para nosotros.
Gracias, gracias, gracias a todos los que lo hacen posible.