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UNA NOCHE PARA RECORDAR

Posted on Mar 2, 2019 by in Sin categoría | 0 comments

Luna

Como cada jueves por la tarde fui a mi clase de inglés, esa tarde como todas no sabías qué iba a pasar, el profesor las hacía dinámicas, entretenidas, magistrales. Esta vez propuso una redacción, tal vez fuera por la fecha, era 14 de Febrero, San Valentín; el tema: «Una noche para recordar»; automáticamente me vino un  pensamiento, o mejor dicho un recuerdo, a mi cabeza y sobre eso escribí. Creo que cuando algo surge expontáneamente es porque en tu interior eso te marcó y me gustaría compartirlo con todos, claro está en español.

Los acontecimientos pasaron, como no podía ser de otra manera, en mi ciudad favorita, Venecia. Mi pareja había reservado un hotel junto al puente de Rialto con vistas al puente y obviamente al canal; cuando llegamos el hotel era de sabor a antaño, con sus habitaciones amplias, la nuestra muy rococó, en tonos blancos, azules y dorados con dos ventanas donde se podía ver el puente y el canal; iba a ser la postal idílica cada mañana, pero las obras de rehabilitación del puente y la construcción de una nueva parada de vaporeto delante del hotel, le quitaron el glamour a la postal.

Pero Venecia nunca te defrauda, siempre tiene algo que ofrecerte, su energía positiva la transmite vayas por donde vayas. A la mañana siguiente, abrí las ventanas, para contemplar las vistas y me fijé que al otro lado del canal había un típico restaurante, monísimo, con sus macetas repletas de geranios en flor de diferentes colores colgando sobre el canal, el toldo lleno de pequeñas lucecitas, las mesas junto al canal con sus manteles blancos impolutos y una vela en  el centro que en ese momento estaba apagada, un gran escaparate mostraba sus pescados y mariscos frescos; era todo tan de película que decidimos cenar esa noche allí.

Después de un día recorriendo monumentos, museos, calles estrechas llenas de encanto, nos arreglamos y nos dispusimos a cruzar el puente para ir a cenar; cuando llegamos y vimos los precios estuvimos a punto de irnos, pero nos miramos, no dijimos ni una palabra y, como si de telepatía se tratase, coincidimos en que nos lo merecíamos.  Nos acomodaron en una mesa para dos junto al canal, de hecho mi bolso casi se cae al mismo. Mientras preparaban nuestra cena nos pedimos para probar un «Spritz», algo así como un vermout acompañado de un cestita de panes surtidos de diferentes formas y sabores, luego llego una fuente con una dorada al horno adornada con gambas; cómo no, la acompañamos de un burbujeante y afrutado lambrusco. Las velas encendidas, la música de fondo de un acordeón amenizaba la cena, las barcas y las góndolas recorrían el canal. No se podía pedir más.

Al terminar y sin importarnos el desembolso que acabábamos de hacer, volvimos al puente, había oscurecido y la vista desde él ahora era más relajante, las aguas más tranquilas que nunca, todas las luces que iluminaban los edificios le daban un toque de paisaje de cuento. Estábamos atravesando el puente cuando el tropiezo de un viandante algo despistado nos sacó unas risas espontáneas; no hablamos de nada, solo nos mirábamos y sonreíamos. Después de cuarenta años juntos, seguir teniendo esa complicidad, me hizo pensar que en ese momento donde no había una celebración suntuosa, ni sexo, solo una gran afinidad, era que estaba sintiendo eso que llamamos felicidad, algo que perseguimos y está con nosotros, no siempre, pero nos da pinceladas, solo tenemos que saber verlas y disfrutarlas. Esa noche fue sin lugar a dudas mi noche mágica, mi noche para recordar.

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