SACAR LO MEJOR DE CADA SITUACIÓN

Volvíamos de las vacaciones de Semana Santa y por unas circunstancias que ahora no viene al caso, las terminamos en el servicio de urgencias del hospital de nuestra ciudad.

Los médicos que atendieron a mi pareja decidieron que debían hacerle varias pruebas y tenerlo en observación, por lo cual era conveniente que estuviera en el «box»; allí lo instalaron en una «cómoda» cama, y para mí una silla plegable.

Como ocurre en estos sitios las horas se hacen eternas y, por mi condición de observadora, las pasé casi enterándome de las circunstancias de los boxes cercanos al nuestro.

En el número 30, pared con pared con el nuestro, había una señora de noventa y nueve años, muy pequeñita, delgadita y obviamente en malas condiciones físicas; la señora estuvo acompañada durante la tarde por algún familiar, lo que la tuvo entretenida, pero al llegar la noche y quedarse sola, cuando todo estaba calmado y sin el trajín de la noche, la señora con una voz desgarradora que no parecía que perteneciera a ese cuerpo, empezó a llamar a su mamá a gritos.

Al oírla, nos dio a todos algo de miedo; la enfermera muy amablemente fue a tranquilizarla y a pedirle que no gritara, que estaba en un hospital; ya no volvió a llamar a su madre a voces, pero durante un buen rato siguió llamando a su mamá, como una niña asustada.

¿Por qué una mujer de esa edad llama a su madre en una situación crítica? ¿Qué se imaginaba o le pasaba por la cabeza?

Fuera lo que fuera, este hecho tiene su punto emotivo, bonito, que bajo mi punto de vista nos demuestra lo importante que podemos ser las madres, y la huella que podemos dejar en nuestra descendencia.

Avanzada la noche llegaron los resultados de las pruebas de mi pareja, estaba todo bien y lo dieron el alta; nos fuimos a casa y la señora se quedó allí, espero que no para siempre.