MATILDE

Isabel estaba contenta, esperaba su segundo hijo.

Una mañana, cuando se disponía a coger el autobús con su primera hija cogida de la mano, un conductor distraído por algún  motivo que no se supo, se subió a la acera donde la gente esperaba su transporte, golpeando a varias personas que allí se encontraban, entre ellas Isabel que recibió un golpe en un costado y cayó al suelo junto a su hija; en un  principio no parecía que ninguna de las dos tuviera ningún problema, pero en aquella época, de esto hace más de sesenta años, no habían ecografías, con lo cual los médicos solo podían saber que el feto estaba vivo y aparentemente bien.

Isabel temía que del golpe le hubiera pasado algo a su bebé, y como aún le quedaban un par de meses para dar a luz, esa angustia la acompañaba.

Una noche ya muy cerca del momento del parto, soñó con su suegra que hacía años que había fallecido y, en sueños, esta le dijo que no se preocupara más, que el bebé estaba perfecto. Isabel en el sueño le contestó que, si era cierto y era una niña, se llamaría como ella, Matilde.

Y aquí estoy yo, sesenta y tres años después contando por qué me llamo como mi abuela Matilde.