EL PLATO
Margareth y Camill son dos hermanas mellizas. Su historia comenzó hace sesenta y ocho años cuando sus padres, Mary y Steve, celebraban su nacimiento en un pequeño pueblo londinense; estaban muy orgullosos de ser padres y cuando descubrieron que lo eran por partida doble no se lo podían creer. Su felicidad era inmensa junto a sus hijas.
El día que las hijas cumplieron dieciocho años, su madre se puso de parto de su segundo embarazo que, aunque no era deseado al principio, fue bien acogido por todos. Una serie de complicaciones en el momento del nacimiento, culminó con la madre fallecida y un niño recién nacido, de pelo negro y ojos azules, afectado de parálisis cerebral. El padre, aunque destrozado por los acontecimientos, se esforzó para que sus hijas estudiasen y su niño, al que llamaron John, tuviera la mejor calidad de vida posible. Margareth se licenció en psicología, Camill en enfermería.
Un día, hace cuarenta y cinco años, las mellizas estaban preparando la cena y bañando a John cuando llamaron a la puerta; esperaban que fuera su padre de regreso del trabajo y que hubiera perdido las llaves como otras tantas veces, pero al abrir, vieron a una pareja de policías; su padre había sufrido un infarto al salir del trabajo y cayó desplomado en mitad de la calle. Nuevamente la vida de estas mellizas se veía golpeada, quedaban huérfanas y con un hermano de cinco años que necesitaba todas las atenciones posibles.
Margareth y Camill se organizaron en su trabajo para tener los turnos cambiados y así poder atender a John personalmente. Así lo hicieron desde entonces; con terapia y dedicación consiguieron que su hermano caminara, hablara y pudiera valerse por sí mismo para sus cosas más primarias (comer, vestirse, ir al baño…).
Hoy John cumple 50 años y sus hermanas 68, los tres juntos se han ido de viaje a España, concretamente a Alicante, les encanta tomar el sol; están alojados en una habitación triple de un hotel frente al mar. Hace dos días que llegaron. John está encantado de poder llevar bermudas y manga corta en Mayo. Se ha aficionado a los helados de una conocidísima marca y todas las tardes tiene que merendar uno. Hoy, después del helado y del paseo por el puerto, han vuelto al hotel; las hermanas habían organizado una fiesta en la habitación para los tres, habían pedido que subieran tarta y zumo de grosellas que le encanta a John. Cuando entraron en la habitación y vio la tarta, John se volvió loco de contento, no paraba de darle besos a sus hermanas, éstas le habían comprado un MP3 porque le apasiona la música.
-Esperad, dijo de repente John a su manera, también es vuestro cumpleaños y tengo una cosa para vosotras. Margareth y Camill se miraron extrañadas, él no podía haber ido a ningún sitio a comprar nada, y no le gustaba demasiado dibujar; no tenían ni idea de lo que iba a traer. John abrió el armario y sacó algo envuelto en servilletas de papel del hotel. Era un plato de cerámica con flores azules; lo había visto en el hotel y sin pensarlo dos veces, cuando les dijo a sus hermanas que iba al baño, lo cogió el primer día que llegaron y lo escondió. Ese plato era idéntico a uno que tuvieron en casa, era de su madre, el único que quedaba de la vajilla y que él sin querer había ido rompiendo. Hace cinco años rompió el último que quedaba. Él a su manera sabía que eso no había gustado a sus hermanas y quiso que lo tuvieran de nuevo.
Las hermanas estaban emocionadas, agradecidas por la buena intención de su hermano, pero le explicaron que no puede llevarse las cosas que no son suyas y que tenía que devolverlo, John con lágrimas en los ojos junto con sus hermanas fueron al restaurante del hotel con el plato para contar lo ocurrido. El metre conmovido le dijo que era algo muy bonito lo que quería hacer y por eso se lo regalaba, pero con uno no tendrían para los tres, así que le dio dos más como regalo de los cumpleaños. John abrazó al hormbre, lo besó y, dando repetidas veces las gracias, volvieron a su habitación.
Por la noche cuando John estaba dormido, las dos hermanas salieron a la terraza de la habitación con un té y un trozo de tarta, repasaron sus vidas, no habían tenido novios, ni grandes amigos pero estaban orgullosas del trabajo realizado. Estaban convencidas que habían venido a este mundo para sacar a su hermano adelante. Sólo pedían poder seguir los tres juntos unos pocos años más. Y mirando el cielo estrellado sorbieron su té llenas de paz y tranquilidad.