EL TREN
Pilar salía apresurada del trabajo, se dirigía a la estación de Chamartín acoger el tren que la llevaría de vuelta a su ciudad, a su hogar, a su descanso.
Se subió y en el primer asiento vacío que vio se dejó caer; la jornada laboral había sido agotadora, estaba realmente exhausta. Nada más sentarse entornó los ojos, quería evadirse del ambiente ruidoso y aglomerado del vagón.
Cuando volvió a abrir los ojos, para ella sólo habían pasado unos minutos. Se sorprendió al verse a oscuras en el vagón completamente vacío. Miró por la ventanilla, era de noche y sólo alcanzaba a ver el fuego de una hoguera donde unos sin techo trataban de entrar en calor; no podía ver nada más, sólo oscuridad.
Rápidamente se dirigió a la puerta, pulsó el botón de apertura, pero no se abría, corrió a la otra puerta y sucedió lo mismo. Se había quedado dormida, habían llevado el tren a la cochera en la cual quedaría aparcado en una vía muerta hasta el día siguiente.
La mujer no acertaba a entender cómo le había podido pasar eso, es un trayecto que hacía a diario. Sacó el móvil de su bolso e intentó llamar a su casa para decir lo que había pasado pero no había cobertura. Marcó el 112 pero no hubo respuesta; estaba condenada a pasar la noche en aquel tren oscuro y frío. De repente, algo llamó su atención en el exterior: los hombres de la hoguera se dirigían al tren con antorchas en la mano. Sin saber por qué intuyó que no iban a prestarle ayuda y el pánico empezó a apoderarse de ella. Los hombres cada vez estaban más cerca; Pilar no sabía que hacer, así que se sentó en el suelo entre los asientos intentando que no se la viera. Los hombres trataron de abrir las puertas, pero les fue imposible; ella oyó cómo uno de ellos decía: «está desconectado, no tiene ninguna corriente, vamos a subir». Pilar notó como trepaban y se montaban en el techo del vagón. No sabía qué pretendían pero cada vez se oían las pisadas más cerca de donde ella estaba agazapada. De pronto, una trampilla que había en el techo del vagón contiguo se abrió y vio, asustada, cómo las piernas de uno de los hombres asomaban por allí. Pilar se fue gateando a otro vagón, era el último, no podía seguir cambiando de vagón, la puerta de acceso a la cabina estaba cerrada y se quedó allí escondida. De vez en cuando asomaba un poco la cabeza para ver qué pasaba dos vagones más allá. Pudo ver cómo, poco a poco, entraron los seis hombres. Sólo uno mantenía la antorcha encendida, hablaban entre ellos; decían que esa noche no pasarían tanto frío, estaban algo bebidos y se reían por cualquier cosa. La mujer estaba cada vez más aterrada, vio como el que llevaba la antorcha avanzaba por los vagones dirigiéndose hacia donde estaba ella, se encogió todo lo que pudo para no ser vista, pero escuchó a uno de ellos decir: «que sí, que he oído algo por aquí, me ha parecido ver algo. Mirad».
Pilar notó como una mano la cogía del hombro, abrió los ojos y vio a un guarda jurado que la invitaba a bajar del tren porque era final de trayecto.
Se había dormido durante el viaje, respiró satisfactoriamente al ver que todo había sido un mal sueño. Al disponerse a bajar miró la trampilla del techo que estaba abierta y vio como una antorcha apagada asomaba.