EL PREMIO FUE UN CASTIGO
Todo era alegría en casa de Natalia, una joven de 16 años, que había terminado los estudios con matrícula de honor; sus padres sabían que lo que más ilusión le hacía era viajar a Londres para perfeccionar el idioma. Satisfechos con su hija, le regalaron un curso intensivo en una academia en Londres durante un mes que incluía la estancia y pensión completa en viviendas privadas que la misma academia proporcionaba.
Natalia no podía estar más contenta, el esfuerzo hecho durante el curso culminaba con una brillante recompensa. Todo el mes de Julio en Londres, no se lo podía creer.
Emocionada se despidió de sus padres en el aeropuerto prometiendo llamar todos los días.
Al llegar a Londres, un señor con un letrero de la academia esperaba a todos los estudiantes; venían de todas partes: España, Francia, Italia, etc. Cuando estuvieron todos, un autobús los trasladó a sus respectivas viviendas. Natalia y otra chica de su misma edad, Tania, se quedaron en un «cottage» a las afueras de Londres; era una casa preciosa con jardín esmeradamente cuidado. Tenía dos pisos; en la planta baja: cocina, salón, un baño y un dormitorio muy espacioso donde dormían los dueños; en la planta superior dos dormitorios, cada uno con un pequeño baño y una sala de estudios. Natalia estaba fascinada ante la belleza de la casa y especialmente de su habitación, su ventana daba al jardín interior, tan cuidado que ni una hormiga estaba fuera de su sitio; la decoración de la habitación era relajante, tonos pasteles; sin ser muy femenina, era encantadora; la cama con una colcha haciendo juego con las cortinas, una butaca fabulosa para leer junto a la mesita de noche, un armario de dos puertas bastante grande con el centro de la puerta en cristal, y detrás una tela a juego con el resto del tejido de la habitación. El baño en tonos turquesa, pequeñito pero con todo lo necesario. Antes de sacar la ropa de la maleta llamó a su madre para contarle lo bonito que le parecía todo y lo amables que era el matrimonio de la casa. Su madre respiró tranquila al oír a su hija tan emocionada y saber que había otra chica española con ella.
A la mañana siguiente, tras un estupendo desayuno, Tania y ella se dirigieron al metro para ir a su primer día de academia. Todo fue sobre ruedas, el metro las dejaba a cien pasos escasos de la academia. Allí el director les dio la bienvenida, les explicó cómo funcionaban y les dijo que si surgía cualquier cosa tenían que dirigirse a un número de teléfono donde siempre habría alguien para atenderles.
Sobre la una del mediodía, Natalia y Tania fueron a un parque cercano y comieron los sandwiches que les había preparado la dueña de la casa; luego, recorrido por las tiendas cercanas y de vuelta al cottage para la cena. Así se pasaron los primeros diez días de su estancia, casi en una nube, pero una mañana en la academia el director llamó a Tania y a Natalia a su despacho, les dijo que había ocurrido algo grave y no podían seguir en el cottage, las llevarían a recoger sus cosas y las instalarían en otra casa. Por la tarde un señor en un taxi las acompañó, tenían menos de quince minutos parta hacer la maleta. Una vez en el taxi de nuevo, el hombre les dijo que no seguirían juntas, que había sido totalmente imposible encontrar vivienda para dos. Cada una iría a una casa. Natalia y Tania se quedaron tristes pero comprendían lo imprevisto de la situación.
El taxi se detuvo enfrente de una casa algo vieja, con la fachada a falta de una mano de pintura. El hombre llamó a la puerta y salió una señora enorme, muy entrada en kilos, negra, con un inglés muy poco británico. El hombre presentó a Natalia y se marchó con Tania en el taxi. La señora cerró la puerta con un portazo y señalando una diminuta escalera le dijo a Natalia que por ahí se iba a su habitación, la joven bajó las escaleras y se encontró en un sótano donde estaba la lavadora, la secadora, un diminuto baño, una cama en una esquina, una silla y una mesa de playa, y una barra para colgar la ropa; la luz era amarillenta, olía a humedad. La mujer le bajó sábanas y una mantita junto con una toalla y le dijo que subiera a cenar.
La cena era un sándwich vegetal y un vaso de leche. Al terminar, la señora se dirigió a Natalia para decirle que recogiera ella la mesa y la cocina. En ese momento sonó su móvil, era su madre, extrañada de que no la hubiera llamado. Natalia no quiso preocupar a su madre y sólo le contó que se habían cambiado de casa pero que todo estaba bien.
A la mañana siguiente cuando subió a desayunar habían dos hombres y otra mujer en la casa; hablaban un inglés africano difícil de entender. La dueña le dijo que preparara desayuno para todos y antes de irse a la academia tenía que dejar la colada hecha. Cuando Natalia intentó decirle a la mujer que esa no era su obligación, la mujer le dio un empujón tan fuerte que la golpeó con un armario de la cocina a la vez que gritaba: «trabaja holgazana».
Al llegar a la academia Natalia se dirigió a la oficina del director, pero allí no había nadie. Fue a la clase, donde encontró a los compañeros en una situación muy parecida a la suya, llamaron al teléfono que les dieron pero no había respuesta. Natalia tenía clara una cosa, no quería volver a esa casa, pero tampoco quería preocupar a sus padres. En ese momento apareció Tania con un ojo morado, las dos jóvenes se fundieron en un abrazo y llorando se contaron sus experiencias. El padre de Tania era policía, les dijo que se dirigieran a la embajada española y se quedaran allí hasta que él las recogiera.
Una vez en la embajada, el personal de allí las tranquilizó, tomaron datos de las viviendas y comenzó una investigación. El padre de Tania no pudo llegar ese día por lo que la embajada las llevó a un hotel donde pasaron la noche y esperaron la llegada de su padre. El padre apareció en el hotel con las maletas de las muchachas, un policía y un representante de la embajada. Natalia ya había informado a sus padres que se volvía a casa, que hablaría con ellos en persona.
Todo había sido una estafa a nivel internacional. Natalia y Tania tuvieron la mala suerte de dar con malas personas además de la estafa. Lo que en un principio era un premio a su esfuerzo, terminó siendo una auténtica desgracia.