INVISIBLE
En un pueblecito del sur de Londres vive Mary, una mujer de 58 años llena de vitalidad y muy dinámica. Se casó con Peter cuando tenía tan sólo 20 años; nada más tener su primera hija se dedicó a la familia, cuidó de la casa, de sus hijos, del jardín y en la actualidad tiene un nieto que llena su corazón.
Mary siempre había pensado que cuando ella faltase, se lo iban a pasar muy mal todos, porque ella era el comodín que la familia usaba cada vez que hacía falta: «Mamá que si puedes quedarte con el niño, mamá que si me cuidas al gato que me voy de vacaciones, cariño ¿has preparado la ropa del trabajo?, mamá celebramos la Nochebuena todos en tu casa, ¿has ido al banco?,¿ me has comprado la espuma de afeitar?,¿ has pedido cita con el médico?». Ella se sentía útil y estaba contenta de que contaran con ella para casi todo.
Un día al ir a la compra pasó por delante de una clínica que tenía un letrero en el tablón de anuncios: «Se necesitan personas para probar un nuevo fármaco. Sin riesgo para la salud. Se gratificará generosamente». Mary sintió curiosidad, pero pasó de largo.
La semana siguiente pasó con los típicos roces de pareja. Peter y ella iban haciéndose mayores y a la vez un poquito maniáticos. Esa mañana Peter le recriminó que el jersey tenía arrugas y que de esa manera no podía ir a trabajar. Mary se sintió ofendida; le dijo que siempre le estaba sirviendo y que a ella nadie le hacia nada. Peter se fue a trabajar y ella se quedó llorando en casa pensando en lo último que le había dicho su marido: «….es que no tienes otra cosa que hacer en la vida…». Mary le daba vueltas a esa frase en su cabeza y pensó: «¿sólo valgo para servirles a todos?».
Cuando salió a la compra, pasó nuevamente delante de la clínica, viendo el anuncio y sin pensárselo dos veces entró. Habló con el médico encargado de probar el fármaco en personas. El médico le explicó que el medicamento estaba destinado a proteger la piel de los efectos nocivos del sol, sin tener que estar poniéndote cremas. Con un par de pastillas al día, el cáncer de piel se reduciría en un 50%. Mary quedó impresionada y accedió a hacer de cobaya humana.
Quedaron al día siguiente a primera hora, ya que tenía que estar ocho horas en una habitación después de tomar las pastillas, anotando todo lo que sintiera, controlándose la tensión, el ritmo cardíaco, el oxígeno en sangre, etc.
Esa noche cuando Peter llegó a casa, la tirantez seguía entre ellos así que cenaron, se fueron a la cama y Mary no contó nada.
A la mañana siguiente, nada más irse Peter, Mary se dirigió hacia la clínica. No había dicho nada a nadie, pero cuando volviera Peter por la tarde a casa, ella ya estaría. Si ella no quería Peter no tendría porqué enterarse.
El Dr. Smith le dió un zumo con dos pastillas, le dijo que cualquier cosa, por insignificante que fuera, debía anotarla. Conectaron a su cuerpo diversos cables y ventosas para que una máquina controlara sus constantes vitales. La mañana iba pasando aburrida y sin cambios de ningún tipo hasta que sobre las 12 de la mañana Mary comenzó a sentirse extraña. Le daba la sensación de ser cada vez más ligera, como si perdiera las fuerzas. Apretó el botón de emergencias y de inmediato se personó la enfermera que llamó enseguida al médico. Al llegar el médico hizo salir a la enfermera y se quedó a solas con Mary. Ella nerviosa le preguntó:
-¿Qué esta pasando?,
El médico no pudo darle una respuesta ya que no lo sabía. Sus constantes estaban bien, pero estaba desapareciendo. En media hora Mary apenas se veía, se estaba volviendo invisible.
El Dr. Smith estaba nervioso a la vez que incrédulo preguntándose cómo había podido pasar, diciéndose a sí mismo que eso no tenía ningún sentido. Mary angustiada quería saber cuánto duraba el efecto de esas malditas pastillas pero el médico no tenía ni idea. Tan sólo intentó calmarla y le dijo que informarían a la familia, pero Mary rechazó la oferta. Dijo que prefería estar así, invisible, sin decir nada.
-Siempre he soñado con esto, poder estar en los sitios sin que nadie me vea. Prométame doctor que guardará mi secreto hasta que yo se lo indique.
El Dr. Smith, temiéndose una tremenda denuncia y sin saber qué más efectos podría tener esa medicación en Mary, accedió, aún sabiendo que no estaba haciendo lo correcto.
Mary volvió a su casa y esperó a que llegara Peter, quien al ver que ella no estaba llamó a sus hijos, ellos tampoco sabían dónde estaba Mary. Cuando se hizo la hora de la cena y Mary no apareció Peter empezó a preocuparse en serio; era la primera vez en casi 40 años que ella no estaba. Llamó a los hospitales, llamó a la policía y no tuvo respuesta.
El efecto de las pastillas no pasaba, pero los días sí y Mary veía que después del impacto del primer momento, todos hacían su vida normal. Peter preguntaba a diario a la policía, sin obtener respuesta, pero enseguida contrató a una mujer para la limpieza y cuidado de la casa. Los hijos buscaron quien les solucionase la papeleta cuando lo necesitaban y la vida siguió con normalidad para todos, para todos menos para Mary que se dio cuenta que sólo había sido la chica de los recados de todos. A los dos meses, Mary empezó a notarse extraña, sentía como empezaba a encontrarse más fuerte. Acudió como cada día a la clínica. El Dr. Smith le dijo que se tenía que quedar ingresada para ver la evolución de esos nuevos síntomas. A las ocho horas Mary volvió a ser normal. Llamó a su marido y a sus hijos, quedó con ellos en casa para explicarles lo ocurrido. Todos estaban sorprendidos, a la vez que intrigados. Mary relató cómo ocurrió todo y cómo aprovechó esa circunstancia para hacer su pequeño experimento familiar. Uno a uno le reprocharon la angustia de los primeros días, la incertidumbre de no saber si estaba viva o muerta. Ella sacó una libreta donde había anotado día a día lo que había visto en cada uno de ellos, sin que ellos supieran que estaban siendo observados. A los hijos los comprendió, pues cada uno tenía su vida y habían seguido con ella, con sus obligaciones. Pero Peter, corrió para solucionar sus necesidades primarias (comida, ropa , limpieza) y, pasado un mes, incluso estaba tonteando con una compañera del trabajo.
Mary dijo que había reflexionado. Se dio cuenta de que todavía era lo suficientemente joven para empezar una nueva vida, sola o acompañada, pero no quería ser invisible nunca más. Esa experiencia le sirvió para abrir los ojos y ver que había sido invisible durante cuarenta años. Sólo había sido la trabajadora multifunciones que cada uno había necesitado.
-Es curioso- terminó diciendo- pero lo más visible de todo y que nunca vemos son los sentimientos. A partir de hoy quiero que toda mi vida sea visible.
Para la tranquilidad de todos, el fármaco fue destruido.