RICOTE
Hace diez años que Eleanor Márquez, escritora de profesión, se había trasladado a vivir, a una casita rodeada de naranjos, limones y palmeras, en el Valle de Ricote, un paraje natural entre Albacete y Murcia, aunque pertenece a ésta última. Los que visitan la zona, quedan impresionados por su belleza y le han puesto el sobrenombre de la pequeña Palestina.
Eleanor encuentra en este entorno, la paz y tranquilidad necesaria para poder escribir.
Una vez a la semana, va a Blanca, uno de los encantadores pueblecitos de la zona, y hace sus compras. La verdad es que no le gusta mucho salir de su casa, se siente allí como ella misma dice en «su paraíso».
Pero su vida de sencillos rituales se vio alterada aquella mañana. Salió al porche de su casa a tomarse su té como hacia todos los días, respirando el olor del campo y contemplando los cambios de la naturaleza según las estaciones del año; su época preferida era cuando los árboles estaban en flor y el aroma a azahar invadía todo el valle. Esa mañana, al abrir la puerta se encontró algo inesperado: una pequeña bolita blanca respiraba plácidamente sobre su felpudo. ¡Un perro! Aunque no era una experta canina, rápidamente supo que se trataba de un cachorro de bichón maltés; era tan pequeño y tan blanco que parecía una trocito de algodón como los que tenía en su tocador en un tarro de cristal para desmaquillarse. El perro nada más verla, se puso de pie, erguido apoyándose en las patas traseras. Su carita blanca y sus redondos ojos negros, le daban un aire de pena y ternura.
-¿Qué haces aquí, amiguito?- preguntó Eleanor cariñosamente mientras le acariciaba la cabeza. -¿De dónde has salido?- insistió como si el perro pudiera responder.
El animal no llevaba ningún tipo de collar ni de placa identificativa. Así que, se le ocurrió llevarlo con ella al pueblo y pasarse por el veterinario para ver si podían localizar el chip y saber a quién pertenecía.
La visita al veterinario fue en vano pues el cachorro no tenía chip y nadie en el pueblo le supo decir de quién podía ser.
-Parece que te vienes a vivir conmigo, no puedes estar por ahí tu sólo. Lo primero que tenemos que hacer es buscarte un nombre- Eleanor le hablaba al perro con toda naturalidad y éste movía la cabecita como si pudiera entenderla.
-¡Ricote! ¡Voy a llamarte Ricote!- dijo entusiasmada- Has aparecido en el valle, pues al valle perteneces.
Ricote y Eleanor se hicieron inseparables. Cuando ella escribía él se quedaba a sus pies sin moverse, parecía que no quería molestar. Cuando salían a pasear por los campos siempre terminaban jugando con la pelota. Todas las semanas iban juntos a la compra. No podían estar el uno sin la otra y viceversa.
Una mañana, mientras Eleanor se disponía a sacar dinero de un cajero, evidentemente con Ricote a su lado, éste se puso muy nervioso y empezó a ladrar eufóricamente. La mujer lo quiso calmar y se volvió para ver qué pasaba; detrás de ella había un hombre apuesto, de edad parecida a la suya, mirando incrédulo a Ricote. De pronto, el hombre preguntó timidamente:
-¿Sami? ¿Eres tú Sami?
El perro al oír al hombre decir ese nombre se puso como loco.
-Ricote, ya vale. Nunca te habías portado así- reprendió Eleanor al perro un tanto molesta.
El hombre se dirigió educadamente a la mujer.
-Perdone, ha sido culpa mía. Es que hace tres meses, perdí a mi Sami , que era igualito a él.
Eleanor se quedó de piedra. Se debatía entre callar o contarle al hombre el origen de Ricote. No sabía qué hacer.
-Si tiene un momento me gustaría contarle algo- dijo finalmente con bastante pena
El hombre accedió de inmediato, incluso le propuso tomar un café en la terraza de la cafetería de la esquina.
Allí Eleanor explicó al hombre como conoció a Ricote y lo importante que éste era ahora en su vida.
El hombre, una vez ella concluyó, la miró dulcemente.
-He sido muy descortés, todavía no me he presentado. Me llamo Ernesto; hace tres meses iba con mi Sami en el coche y me dio un dolor muy fuerte en el pecho, que finalmente resultó ser un infarto. Eso desencadenó que tuviera un accidente con el coche; no fue excesivamente grave pero cuando la ambulancia llegó Sami no estaba. Permanecí un tiempo en el hospital y luego pasé dos largos meses con unos familiares en la costa. Todo este tiempo hemos pensado que Sami salió por la ventanilla malherido y ya no volveríamos a verlo más.
Mientras Ernesto relataba su historia, Eleanor se dio cuenta de que la fecha del accidente coincidía con la aparición de Ricote. Parece que el perro había salido a buscar ayuda pero, desorientado, terminó en casa de ella.
-¿Se lo va a llevar?-preguntó Eleanor con los ojos llenos de lágrimas.
-Podemos hacer un trato- repondió Ernesto mirándola fijamente- Es evidente la complicidad que hay entre los dos y lo bien cuidado que está Sami, bueno Ricote; tengo que confesar que el nuevo nombre me gusta más. Podemos hacer un trato: Ricote sigue contigo, si me permites que te tutee, y yo pasaré a verlo cada vez que te venga bien. De esta manera podré volverte a ver a ti también.
-Yo no he dicho que esté sola- repuso ella sonrojada.
Él le sonrió como esperando la confirmación.
-Es cierto. Sí, vivo sóla en el valle. Estaré encantada de que pases a ver a Ricote, pero trabajo en casa y necesito mucho tiempo a solas.
-¡No se hable más!-dijo Ernesto entusiasmado- El próximo fin de semana os haré una visita. ¿A qué hora te parece bien?
Poco a poco la frecuencia de las visitas de Ernesto a Eleanor fue mayor y Ricote estaba encantando con tener dos dueños.
Y así nació este trío que se verá inmerso en infinidad de aventuras.