EL CUMPLEAÑOS DEL ABUELO
La familia Pardo había decidido reunirse en un alojamiento turístico en una ciudad con encanto de España para celebrar el 60 cumpleaños del Abuelo Basilio. Acudirían a la celebración sus hijos Laura y José Luis con sus respectivas parejas, Miguel Ángel y Lucía, así como el hijo de su primogénita, Miguel, un encantador niño de 7 años que, con sus ojos ansiosos por descubrir el mundo, hacía las delicias de sus abuelos.
La Abuela Matilde había preparado diversos juegos de mesa para después de la cena y tenía cada momento y detalle del fin de semana cuidadosamente planificados.
Aquella primera mañana del fin de semana se instalaron en el alojamiento. Ante su asombro descubrieron que se trataba de una casa de dos pisos tipo loft en el centro de la ciudad; en la planta baja se encontraba la zona lúdica con un jacuzzi inmerso, duchas de diversas clases, una mesa de billar, una diana con dardos, una pantalla plana enorme de televisión con sofás en torno a ella y un sinfín de entretenimientos más para pasar un fin de semana familiar sin necesidad de salir del loft. En la planta alta se situaba una gran habitación diáfana que hacía las veces de sala de estar y dormitorio al mismo tiempo; una cocina americana muy pequeña pero completamente equipada y un cuarto de baño sencillo y moderno.
Una vez instalados salieron a pasear por la ciudad y comieron en un mesón típico repleto de turistas y lugareños. Por la tarde la Abuela había preparado la merienda de cumpleaños, con su tarta y los regalos de la familia para el Abuelo.
El resto de la tarde, y parte de la noche, lo pasaron en la planta baja. Al pequeño Miguel lo que más le gustó fue un campeonato de dardos y billar que rápidamente improvisaron los hombres de la familia, y que el Abuelo ganó haciendo sutiles y divertidas trampas que todos sabían que iba a hacer. El baño en el jacuzzi lo reservaron para el final del día.
Les pareció una buena idea meterse los siete juntos dentro del jacuzzi y, aunque parecía dar cabida a la familia Pardo al completo, finalmente se desbordó. Miguel no daba crédito al ver las zapatillas de todos flotando libremente por la planta baja, que ya estaba cubierta por dos palmos de agua. A esa edad todo era divertido y aunque el ambiente festivo arrancó las risas de los siete ante tal desastre, los chicos salieron del jacuzzi para achicar agua con todo aquel utensilio que se les puso por delante. Las chicas aprovecharon para relajarse un poquito más; viendo que los chicos no se las apañaban del todo bien terminaron por salir a echarles una mano y en un momento la planta baja estaba seca y las catorce zapatillas localizadas.
Después de tal aventura el hambre apretaba, e inmersos en lo que parecía una fiesta de pijamas ya que todos llevaban la misma indumentaria, llamaron a una pizzería a domicilio. Cenaron, quizá de más, jugaron al bingo hasta más allá de la media noche y agotados con tantas emociones se fueron a la cama. Miguel fue el primero en quedarse dormido.
Cuando los siete dormían plácidamente, tras el ajetreo del día anterior, a las 03:30 exactamente, alguien golpeó la puerta del loft fuertemente. Laura, se despertó sobresaltada; aunque Miguel ya tenía 7 años aún dormía en estado de alerta por si acaso. Se asustó y despertó a su marido. Él quería abrir la puerta pero ella se lo impidió. ¡Podía ser cualquiera! ¡Hasta un asesino en serie! En seguida estaban todos despiertos, bueno, todos menos Miguel que dormía profundamente ajeno a la discusión de su familia sobre si abrir o no la puerta. José Luis, como buen hermano menor, no hizo ni caso a Laura y tomó una decisión intermedia pero segura: abrió una ventana que daba hacia la calle y preguntó a una pareja que vislumbró en la oscuridad que qué querían. La pareja se situó bajo una farola para que les pudieran ver la cara y respondieron que buscaban alojamiento; al parecer se les había hecho tarde en una fiesta y no estaban en condiciones de seguir conduciendo. José Luis les respondió con educación pero con firmeza que el alojamiento estaba completo, mientras que su hermana le tiraba del pijama para decirle entre susurros y gestos histéricos que cerrara la ventana de una vez. La pareja insistía, pedían aunque fuera un sofá para descansar, estaban agotados y en el coche no podían pasar la noche porque se morían de frío.
José Luis, entornó la ventana, se giró hacia su familia y les explicó la situación de la pareja. Aunque Laura no estaba ni medio convencida, decidieron dejarles pasar la noche en la planta baja; había un par de sofás que habían “sobrevivido a la inundación” del jacuzzi y les pareció el mejor sitio para ellos.
A la mañana siguiente, en cuanto el primer rayo de sol se coló por la ventana, Miguel se levantó de la cama y comenzó a despertar a todos. La Abuela se puso a preparar los desayunos y pidió al resto que fueran a la planta baja para avisar a la pareja para que se preparasen para desayunar. Laura no quería ni pensar en bajar esas escaleras, y tampoco dejó bajar ni a su hijo ni a su marido. Finalmente, el Abuelo fue el valiente en ir al piso de abajo. Todas las luces estaban apagadas.
-¿Hola? – preguntó tímidamente – Buenos días, ¿os apetece desayunar?
Nadie contestaba. El Abuelo insistió nuevamente intentando encontrar la llave de la luz; tampoco hubo respuesta. Al fin consiguió encender la luz. Se quedó atónito cuando vio que no había nadie. Pero vio algo sobre la mesa de billar. Había siete sobres blancos. El Abuelo llamó al resto de la familia; los siete se colocaron alrededor de la mesa de billar y sus miradas quedaron fijas sobre los sobres. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué era aquello?
Lucía no estaba segura de que la pareja se hubiera ido y empezaba a tener algo más que miedo. Laura le aseguró que en la planta de arriba no había nadie; antes de bajar había revisado los baños y cada rincón de la primera planta. Se planteaban que la pareja fueran un par de ladrones y tras quitarles las cosas de valor se hubieran ido silenciosamente. La Abuela informó que a ella no le faltaba nada y había mirado su cartera hacía un instante, pues en un par de horas tendría que abonar la estancia del loft; su dinero estaba intacto.
La familia Pardo, bastante desconcertados, acordaron abrir los sobres y salir de dudas. Les resultó muy llamativo que en cada sobre había escrito el nombre de cada uno de los miembros de la familia. Cada uno cogió su sobre y lo abrieron a la vez. No podían dar crédito a lo que encontraron: dentro de cada sobre había un pasaje para un crucero a su nombre para ese mismo verano.
Ante tal sorpresa reinó el silencio. ¿Quién era aquella pareja? ¿Por qué se habían ido sin decir nada? ¿Por qué les habían agradecido de esa manera? ¿Cómo era posible que llevasen pasajes para los siete? ¿Y cómo sabían que eran siete?
Todas aquellas preguntas sin respuesta envolvieron al 60 cumpleaños del Abuelo en un halo de misterio, que lo hicieron especial e inolvidable, y eso era justamente lo que quería la Abuela cuando lo planeó aquella tarde lluviosa de hacía un par de meses atrás entre una taza de té y unas cuantas llamadas de teléfono.